¿Qué hacemos cuando los chicos hablan?

 ¿Qué hacemos cuando los chicos hablan?

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini nos trae un texto para reflexionar sobre nuestra postura cada vez que los niños muestran algún síntoma.

Redacción

Diario Río negro

Columna psicopedagógica 

Laura Collavini. Psicopedagoga

https://www.rionegro.com.ar/en-casa/que-hacemos-cuando-los-chicos-hablan-2166154/

FEBRERO 20, 2022 5:00 AM


Siempre es importante prestar atención a las señales que los más pequeños nos brindan.

“Le dije a mi mamá que ese nene me molesta, pero no me dio bolilla. Le dije a mi papá y me contestó que le pegue, así me deja de molestar”. “Le dije a la seño que no veo desde donde estoy, pero me dice que se lo hago a propósito porque no quiero copiar”. “Le dije a mi hermano que me ayude, pero está con sus cosas”.

“Si digo que me molesta, se la agarra conmigo”. “No me dejan jugar en el recreo, dicen que no juego bien al futbol”. “Si no le hago caso a mi mamá, me pega”. “Cuando estoy triste pido que me compren algo, no se me pasa, pero me distraigo”. “No me animo a decir que me gustan chicas como yo, me van a mirar raro”.

“Dicen que peleo todo el tiempo, pero no sé cómo hacer para portarme diferente”. “No quiero salir de mi habitación porque me presionan siempre con algo”. “No sé cuál es mi lugar, a veces prefiero no haber nacido”. “Nadie me entiende, la vida no tiene sentido”.

¿Recuerdan la canción que cantamos siempre cuando hablamos de niños? “Niño, deja ya de jugar con la pelota… Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Esas palabras dulces y poéticas son reales y crueles. “No”, “no”, “no”. Se observan puntos muy marcados de mirada hacia la niñez, que posicionan a la persona que se está desarrollando como un objeto, carente de posibilidad de comunicación.

Por un lado, se observa que a los niños se les ofrece recursos en forma desmedida, con un intento de tapar ausencias de atención y/o diálogo. En otras ocasiones la ausencia de recursos económicos impiden brindar elementos que funcionen como “chupetes electrónicos” pero circula en el aire esto de “que se las arregle como pueda”. Tal vez una niña tiene una habitación muy bonita, pero jamás le preguntaron a ella cómo la quería o la hubiera preferido.

Los niños quedan confinados a ese pensamiento colectivo de “Es niña/niño, ¿Qué problema puede tener?”. Más adelante, de adolescentes, se les dice “Estás en la edad del pavo, no entendés nada”. Unos años más tarde el discurso cambia radicalmente a “ya estás grande, decidí, independizate” y sigue con el discurso de “no quieren laburar, no les importa nada”.

Suena raro. Confuso. Contradictorio. Se supone que para llegar a independizarse tiene que existir un proceso de ayudar a encontrar herramientas propias para hacerlo. Pero muchas veces en las casas están ocupados consiguiendo el dinero para la nueva PlayStation.

Ya dije varias veces que no hay nada más bello para mí que trabajar con niños y adolescentes. Dicen las cosas de una forma tan clara y honesta que la vida es mucho más interesante así. El discurso adulto es vueltero y lleno de prejuicios. Somos así. Nos acostumbramos a complicar las cosas.

Lo que también es cierto es que, muchas veces, los chicos toman recursos para acercarse a los adultos de una forma que puedan ser escuchados. Porque a veces con palabras sencillas no entendemos. Por ejemplo: Jaimito le dice al papá que deje el celular para jugar con él. El papá lo hace un minuto, pero al siguiente vuelve al celular. Jaimito le pide a su mamá que lo mire bajar del tobogán. Y la mamá efectivamente lo hace una vez, pero a la siguiente responde un mensaje.

Le compran un helado para que se entretenga mientras conversan con otras personas. Jaimito quería contarles que se imaginaba que era un súper héroe que estaba sobre el planeta de agua, que se alimentaba de ahí y podía bajar con la rapidez de un rayo a apagar los incendios, pero los papás tenían cosas más importantes que hacer.

Jaimito después quería contarles que un nene quería jugar con él, pero le dijeron que estaban hablando, que no moleste. El esperó, y mientras lo hacía veía que ese nene jugaba con su mamá en la arena y que después se hamacaron juntos. Y allí, no pudo evitar sentir la bronca y la envidia. Bajaron de la hamaca riéndose y la mamá sacó de su bolso, jugo y galletitas. Jaimito no pudo evitarlo. Corrió hacia él y lo empujo. El nene cayo de boca y se raspó la cara.

La mamá de Jaimito dejó el teléfono, no entendía qué pasaba. Llegó corriendo, le pidió disculpas a la mamá (no sé por qué no al niño lastimado), retó a Jaimito y lo llevó a su casa. Lo puso en penitencia. Fin de la historia.

¿Qué chances tiene Jaimito que su mamá y/o papá entiendan qué necesita? Hay varias opciones posibles: callarse hasta ser adulto, sobre adaptarse y repetir la historia o hacer terapia para remediar. Jaimito debe construir un síntoma que le permita que sus padres lo escuchen. Esta es una historia típica. Repetida. Cotidiana.

Cuando se mira desde los ojos de los niños, todo es transparente. Podemos ponernos en el lugar de ellos un rato y mediar entre nuestras ocupaciones y sus necesidades. En un complejo, pero posible equilibrio. Antes de los síntomas, las depresiones y los suicidios; los chicos dan mil y una señal y pedidos de ayuda.

Es menester que paremos las orejas, no para conformarlos en todo. Es necesario escucharlos como personas en desarrollo, tienen voces suaves o chillonas con muchas certezas, con dudas y con proyectos que pueden decir a veces a media lengua, con discordancias, con sus formas. Son todas importantes, llenas de vida.


Por Laura Collavini (lauracollavini@hotmail.com).-


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